La avenida principal de la capital del país, (al igual que en la mayoría de las ciudades tunecinas), lleva el nombre de este insigne estadista. Es una vía amplia, que consta de cuatro carriles para el tráfico rodado, separados por un paseo arbolado y bordeada de edificios modernistas de la época del protectorado francés y de otros de no tan bella factura, que datan de los psicodélicos años setenta. De entre los primeros destaca el hermoso Teatro Municipal, de los pocos que hay en el mundo de estilo art noveau y frente a él, el mamotreto del Hotel Hana International, en el cual pernoctamos durante nuestra estancia en Túnez. Del hotel, un antiguo cinco estrellas en los "seventies", rebajado ahora de categoría a cuatro, destacar su inmejorable ubicación y recomendar las habitaciones renovadas, que tienen un muy buen precio y son confortables. De las que aún tienen sin rehabilitar, mejor ni pensarlo, pues aunque son sensiblemente más económicas y cuentan también con aire acondicionado y minibar, presentan un mobiliario vetusto y las típicas manchas en las moquetas imposibles de eliminar. No obstante, la limpieza era correcta, salvando que lo viejo siempre aparenta sucio aun cuando no lo esté, (de ahí mi insistencia en la elección de un dormitorio con baño reformados) y el desayuno buffet era abundante y adecuado, sin embargo, se echaba a faltar la fruta, ya fuese natural o en almíbar.
Otro restaurante, éste más en la línea de comida rápida, pero muy a tener en cuenta, es el "Panorama", en la acera de enfrente, caminando en dirección a la Torre de África, comúnmente llamada el "Despertador", un esbelto reloj de pie, de hierro cual mecano, que se yergue al principio de la avenida, en la otrora Plaza Afrique, que ha perdido su exótico nombre en favor del de " Du 7 Novembre". En el amplísimo "Café Panorama" tampoco se puede consumir alcohol, pero es posible degustar pizzas, pasta, crêpes, bricks, carnes, pescados, helados…por poco más dinero que en el Capitol. Y para rematar el ágape: un buen café o mejor aún, un aromático té a la menta, el más genuino sabor de Túnez.
Desafortunadamente, el servicio no es demasiado amable, como suele ser frecuente en este tipo de establecimientos finos y "estirados", así como tampoco lo es la clientela habitual: ejecutivos y hombres de negocios.
En las cálidas noches estivales y hasta bien entrada la madrugada, la Avenida Habib Bourguiba bulle de vida con la afluencia de jóvenes, (mayoritariamente mocedad masculina), que ocupan casi la totalidad de las terrazas de cafés y restaurantes. Bellos efebos, vestidos a la última moda casual europea, que escrutan bajo la tenue luz de las farolas, a cuanta muchacha recorre las aceras. Ellas, en proporción mucho más escasa, van siempre acompañadas de otras chicas o de novios, esposos o hermanos y lucen atuendos dispares, desde unos ajustados pantalones vaqueros con la abundante y larga cabellera al viento, hasta una falda tobillera y el pañuelo cubriendo la testa, como signo de fidelidad a la sharía. La mayoría son de complexión delgada y armoniosas facciones. Resulta paradójico que algunas oculten tan agraciados rostros y tan exuberantes melenas en aras de unos preceptos religiosos ya obsoletos, como si la belleza fuese una incitación al pecado, al mal, cuando es, justamente, el más divino de los regalos.
Mezclados con el gentío que disfruta de la noche, los vendedores de jazmín recorren una y otra vez los veladores de las atestadas terrazas, ávidos de realizar alguna venta. Son individuos de avanzada edad, ataviados con casaca y pantalones blancos, chaleco rojo y tocados con una chechia blanca, (la boina o "fez" de Túnez) o chiquillos risueños y traviesos, los que, portando una bandeja de paja trenzada en una de sus manos, ofrecen con la otra su fragante mercancía a los hombres nativos o a las mujeres turistas. Y es que los varones tunecinos tienen por costumbre orlar uno de sus pabellones auditivos con una flor de jazmín y así percibir, constantemente, el dulce perfume que exhala. Como esta tradición no es vista con buenos ojos por los occidentales heterosexuales, que pueden tomarla como un signo de amaneramiento cuando no es tal, los comerciantes de tan bienoliente género lo ofertan a las féminas extranjeras, sabedores de que en nuestro mundo son quienes verdaderamente aprecian tales productos y para ello portan collares de pétalos ensartados en hilo, que mantendrán su aroma incluso después de haberse secado.
La Avenida Habib Bourguiba desemboca en la Plaza de la Independencia, donde se ubica la decimonónica Catedral de St. Vicent de Paul, de arquitectura neo-bizantina. Ante este templo católico, se yergue una estatua representando a Ibn Khaldoun, el intelectual andalusí exiliado en Túnez: sociólogo, historiador, político, científico...una de las figuras más relevantes del ingente potencial cultural del Islam bajomedieval.
Tras la plaza, la avenida se prolonga mutando su nombre por el de Francia y se halla flanqueada por inmuebles de estilo historicista de principios del pasado siglo, pintados en níveo blanco, marfil y tonalidades crema pálido, resaltando molduras y adornos que sugieren los de una tarta nupcial. Edificios y farolas remiten al París de la Belle Époque.
Al término de esta vía se encuentra la Puerta de Francia, antaño "Puerta del Mar", (Bab el Bhar), un arco triunfal de herradura, que, por su aspecto fortificado, (no en vano fue una de las puertas de la muralla que rodea la medina), recuerda la entrada a un bastión o ribat y que actúa como simbólica barrera arquitectónica entre la ciudad nueva y la ciudad antigua o kasbah, dividiendo en dos la Plaza de la Victoria.
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Fotografías de Rafael Martínez